El primer paso para liberarte del pasado es dejar de mirarlo con los ojos de ayer
Puede que en algún momento te hayas sentido como un cristal fino y frágil, al borde de romperse. Tal vez creas que si esquivas el dolor, si lo guardas en un rincón y evitas mirarlo, este desaparecerá por sí solo. Pero la verdad es que no es así. El dolor, para sanar, necesita ser atravesado. Y sí, atravesarlo duele.
Muchas veces también nos decimos que el tiempo, por sí solo, lo cura todo, pero esto también es un mito. El tiempo puede pasar, pero si no le damos espacio al proceso emocional, el dolor permanece dentro, acumulándose y afectando nuestra vida de maneras sutiles pero profundas.
Es normal querer evitar el dolor, pero sanarlo requiere valentía. Es un proceso que no se puede evitar y, aunque no sea fácil, es necesario para poder liberarnos y avanzar hacia un futuro más saludable y esperanzador.
El poder de dejar ir el pasado
Si alguna vez has pensado: “Si esto no hubiera pasado, estaría bien”, es completamente comprensible. A veces, cuando nos sentimos atrapados por un acontecimiento del pasado, creemos que si las cosas hubieran sido diferentes, nuestras vidas serían más fáciles. Pero lo cierto es que el pasado no se puede deshacer y su peso puede hacerse insoportable si lo llevamos sin procesarlo.
La clave está en entender que el pasado ya pasó y que, aunque sus recuerdos puedan ser dolorosos, podemos tomar el control de cómo esos recuerdos afectan nuestra vida presente. No se trata de olvidar, sino de aprender a integrarlos de una manera que no nos haga vivir en función de ellos. Este proceso requiere tiempo, paciencia y, sobre todo, compasión hacia uno mismo.
¿Todo lo difícil que has vivido es un trauma?
No necesariamente. La palabra “trauma” proviene del griego traûma, que significa “herida”. Pero más allá de lo que solemos pensar, el trauma no se define solo por la magnitud del evento, sino por cómo éste impacta en cada persona. Es una experiencia que marca un antes y un después, reconfigurando la manera en que vemos el mundo, a los demás y a nosotros mismos.
Por ejemplo, imagina a dos personas que han pasado por la misma situación: un accidente de tráfico. Una de ellas lo recuerda como un episodio difícil, pero con el tiempo logra seguir adelante sin que afecte su día a día. La otra, sin embargo, desarrolla una ansiedad paralizante al subirse a un coche, tiene pesadillas recurrentes y experimenta flashbacks que la hacen revivir el momento con intensidad. El evento fue el mismo, pero la huella que dejó en cada una es diferente.
Esto nos muestra que no hay un único camino para procesar lo vivido. La manera en que reaccionamos a los eventos está profundamente influenciada por nuestra historia personal, nuestra resiliencia emocional y el apoyo que recibimos a lo largo de la vida.
El peso de las heridas invisibles
Del mismo modo, hay personas que cargan con heridas profundas no por un solo evento traumático, sino por pequeñas experiencias acumuladas a lo largo del tiempo: críticas constantes en la infancia, falta de afecto o incluso silencios dolorosos. Como una gota cayendo sobre una piedra, lo que parece insignificante a los ojos de otros puede convertirse en una herida difícil de cerrar.
Estas heridas invisibles a menudo son las más difíciles de identificar, tanto para quienes las padecen como para quienes las observan desde fuera. La falta de validación emocional, las palabras no dichas y las situaciones de abandono afectivo dejan cicatrices que, aunque no siempre visibles, afectan profundamente nuestra autoestima y nuestra capacidad de vincularnos con otros de manera sana.
El caso de Clara: cómo pequeñas experiencias pueden marcar nuestra vida
Imagina a Clara, de 34 años, que acude a terapia porque, aunque han pasado más de diez años desde su última relación de pareja, sigue sintiendo un nudo en el estómago cada vez que alguien intenta acercarse a ella emocionalmente. Su última relación fue con una persona manipuladora, que la hacía sentir insuficiente y constantemente culpable. Cuando la relación terminó, Clara pensó que simplemente debía seguir adelante. Nunca lo habló con nadie, se dijo a sí misma que no había sido “tan grave” y se centró en su trabajo y en otras responsabilidades.
Sin embargo, cada vez que alguien le mostraba afecto, su cuerpo reaccionaba con miedo. Desarrolló un rechazo automático hacia cualquier vínculo emocional profundo, sin saber exactamente por qué. Hasta que, en terapia, comprendió que lo que había vivido había dejado una herida más profunda de lo que imaginaba. No fue un solo evento traumático, sino años de comentarios sutiles, silencios que dolían y una sensación constante de estar atrapada en algo que no podía controlar.
El evento no fue un accidente o una catástrofe visible desde fuera. Pero para Clara, marcó un antes y un después. Su historia muestra cómo las experiencias emocionales, aunque no sean “grandes” desde el exterior, pueden ser tan o más dolorosas que eventos dramáticos o visibles.
Este caso refleja cómo la forma en que vivimos las emociones, las expectativas que tenemos sobre el amor y la relación con nosotros mismos juegan un papel fundamental en la manera en que las experiencias de la vida nos afectan.
¿Cuándo el pasado se convierte en una prisión?
Si sientes que ciertos recuerdos vuelven una y otra vez sin control, si te paralizas cuando algo los activa, si aparecen pesadillas recurrentes o te descubres reviviendo la misma escena una y otra vez, es posible que esas heridas aún estén abiertas. Cuando el pasado se convierte en una prisión, es porque seguimos atrapados en él. Las memorias no procesadas, los traumas no resueltos y las emociones sin liberar nos impiden avanzar y disfrutar del presente.
El reto es que, aunque los recuerdos sigan ahí, ya no nos definan. Sanar es un proceso que implica darle un nuevo significado al pasado, ya no como algo que nos limita, sino como parte de lo que somos, pero que no determina nuestra vida presente.
Lo que puedes hacer hoy para empezar a sanar
No minimices lo que has vivido, pero tampoco te encierres en etiquetas que te quiten la capacidad de transformar tu dolor en aprendizaje. El primer paso es ser amable contigo mismo. El segundo paso es reconocer que el dolor, aunque profundo, no tiene que definir tu historia. Sanar es un proceso que empieza con el reconocimiento del dolor y el compromiso de cuidarlo.
Tu historia no se define solo por lo que te pasó, sino por lo que decides hacer con ella. Y te mereces un presente en el que el pasado ya no duela. No te exijas hacer todo de golpe; solo da el primer paso, por pequeño que sea. Quizás hoy es un buen día para comenzar ese viaje hacia el bienestar.
Y desde el Centro de Terapia Breve Ana Belén Medialdea podemos acompañarte, ya sea a través de sesiones de terapia breve presenciales en Madrid o de sesiones online. ¡Estamos aquí para ayudarte a recuperar tu vida!